LA ABNEGACIÓN
En los ambientes
de hoy no se oye con frecuencia esta palabra. Según el Diccionario, la
abnegación es el “sacrificio que alguien hace de su voluntad, de sus afectos o
de sus intereses, generalmente por motivos religiosos o por altruismo”. En un
mundo que glorifica la satisfacción y la comodidad, no es valorada la negación
de sí mismo para dedicar tiempo y afectos a Dios o a los demás.
Sin embargo,
hasta la psicología nos dice que el ser humano necesita subordinar los placeres
inmediatos a los que realmente pueden realizar a la persona. Es preciso
aprender a elaborar el deseo e integrarlo en el proyecto personal para poder
alcanzar la madurez y la realización de la persona.
Quien no ha
aprendido a decir “no” a los estímulos inmediatos difícilmente podrá salir de
la infantilidad.
1.
Liberación e intercesión
Seguramente el
gran icono de la abnegación es para Israel la figura de Moisés. Parecía haber
alcanzado el ideal de una vida tranquila, cuando la voz que brotaba de la zarza
lo llamó a dejar de lado sus intereses personales para llevar a cabo el
proyecto liberador de Dios (Ex 3, 1-12). Arrancado de su comodidad, más o menos
elemental, una y otra vez habría de negarse a sí mismo para ponerse al servicio
de aquel pueblo que estaba a punto de apedrearle (cf. Ex 17,4).
En la literatura
profética, sobresale la imagen del Siervo del Señor, colocado por Él como luz
de las gentes (Is 49,6). Convertido en varón de dolores y sabedor de dolencias,
llevaba sobre sí los dolores de otros y cargaba con las rebeldías ajenas (Is
53,3-5). Su abnegación fue redentora. El poema concluye diciendo que “llevó el
pecado de muchos e intercedió por los rebeldes” (Is 53,12).
De forma
parabólica se narra la grandeza humilde de Tobías. Negándose a sí mismo cada día, cumple lo
prescrito por la Ley con relación a Dios, al santuario y a los pobres de su
pueblo (Tob 1, 6-9). En ese mismo espíritu y en esos mismos valores se fundan
los consejos que trasmite a su hijo (Tob 4, 5-11). Esos consejos se repiten con
frecuencia en los libros sapienciales, cuando se incluyen exhortaciones a la
compasión hacia los débiles (Prov 19,17) y a la limosna para con los pobres (Si
4, 1-6).
2.
Abnegación y seguimiento
En los
evangelios, la exigencia de negarse a sí mismo se presenta como la condición
indispensable para ser en verdad discípulo de Jesús. De hecho, los primeros
llamados por él, están dispuestos a dejar sus barcas y hasta su familia para
seguirle (Mc 1, 16-20).
Para los
evangelios la abnegación resume las exigencias del seguimiento de Jesús según
lo Él expone tanto a sus discípulos como a la gente en general: “Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc
8,34; Mt 16,24; Lc 9,23).
Advertencias
semejantes se incluyen en el discurso de la misión de los discípulos (Mt
10,37-39).
Especialmente
gráfico es el encuentro de Jesús con el joven rico, que pregunta que ha de
hacer de bueno para conseguir vida eterna. Al comprobar que ha amado los
valores éticos fundamentales, salvaguardados por los mandamientos de Moisés,
Jesús le propone un camino específicamente cristiano: “Si quieres ser perfecto,
vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los
cielos; luego ven y sígueme” (Mt 19,17).
Una vez que se
ha alejado el joven, Jesús explica a sus discípulos el peligro que encierran
las riquezas. Y, ante la pregunta asombrada de Pedro, establece la regla de la
proporcionalidad entre la abnegación y la recompensa: “Todo aquel que haya
dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre,
recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna” (Mt 19,29). Estas últimas
palabras repiten, en recurrencia antifonal, la aspiración del joven rico. La
vida eterna es la clave de esta catequesis. Y orienta a los discípulos sobre el
sentido de la abnegación.
El Maestro no pretende anular las exigencias
de la naturaleza. La ley positiva no puede contradecir a la ley natural. Así
que dejar la familia –u odiar la familia, por decirlo con una hipérbole
oriental- no es una imposición de Jesús (Lc 14,26), sino una observación de lo
que, de hecho, hubo de suceder en las primeras comunidades. Entraron con
frecuencia en conflicto dos fidelidades: la de la fe en el Señor y la de las
vinculaciones afectivas. Y hubo que elegir el camino de la fe.
Tomar la cruz y
seguir a Jesús (Mt 16,24) no podía significar la autodestrucción de la persona,
sino la invitación a considerar la jerarquía de los propios valores para
ajustarse a los vividos y proclamados por el Maestro. Las parábolas del tesoro
y la perla (Mt 13, 44-46) ilustran bien el sentido de una abnegación ante lo
que se deja, teniendo a la vista el supremo valor del Reino que se obtiene.
3.
Basura y ganancia
Es preciso
insistir en lo dicho. En la vida de las primeras comunidades cristianas, los
discípulos tuvieron que realizar algunas opciones radicales para mantenerse
fieles a la fe y sus compromisos. Bien sabían ellos que era necesario obedecer
a Dios antes que a los hombres (Hech 4,19; 5,29).
Después de
recordar a los Filipenses los datos de su propia biografía que podrían llenarlo
de orgullo, Pablo afirma que sólo ha de gloriarse en Cristo Jesús: “Lo que era
para mi ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Más aún: juzgo
que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a
Cristo” (Flp 3,7-8). Si Pablo se ha negado a sí mismo y ha dejado de lado lo
que podría ofrecerle seguridades y honores humanos, sabe que no sólo no ha
perdido en el cambio sino que ha obtenido una ganancia indescriptible.
En una brillante
contraposición, el mismo Pablo recuerda el antagonismo que existe entre las
obras de la carne y el fruto del Espíritu (Gal 5, 19-23). La exhortación a
aspirar y a dar este fruto responde a la necesidad de vivir en la libertad (Gál
5,13). Negarse a las obras de la carne es ponerse en el camino de la verdadera
libertad, aunque sea éste un camino costoso, “pues los que son de Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus pasiones y apetencias” (Gál 5, 24).
Las apetencias que esclavizan a la persona
aparecen también en otros textos, en los que Pablo exhorta a los cristianos a
liberarse del dominio del pecado y a ofrecerse a Dios como muertos retornados a
la vida (Rom 6,12-13).
En la dinámica
del “como si”, los fieles son invitados a vivir una abnegación -ilustrada por
cinco ejemplos llamativos- que ha de llevarlos a vivir en la verdad. Que los
que “disfrutan del mundo vivan como si no disfrutasen”, puesto que “pasa la apariencia de este mundo”
(1 Cor 7, 29-31).
La abnegación se
manifiesta de forma negativa en la renuncia a la impiedad y a las pasiones
mundanas y de forma positiva en las adecuadas relaciones con lo otro, con los
otros y con el Absolutamente Otro. De hecho, la sensatez ante las cosas, la
justicia ante los demás y la piedad ante Dios alcanzan una justificación
cristológica, desde que se ha manifestado en Cristo la gloria de Dios (Tit 2,
11-14).
La abnegación cristiana no es, por tanto, signo de enfermedad ni lamento de derrota: es
la decisión más razonable y gozosa de quien se niega a algo pasajero por haber
encontrado a Alguien eterno.
José-Román Flecha
Andrés
Publicados en la revista "EVANGELIO Y VIDA".