LOS MARES Y EL
AMOR
“Levantad la voz, no el nivel de los mares”.
Suena bien este lema, elegido para el Día Mundial del Medio Ambiente de este
año 2014. Con esa exhortación, las Naciones Unidas intentan despertar las
conciencias sobre el calentamiento de los casquetes polares, su consiguiente
deshielo y la subida del nivel de los océanos.
La cuestión es bastante
discutida. Para unos el deshielo del Océano Ártico facilitaría la navegación
por el norte de Europa. Para otros, el deshielo terminaría por cubrir algunas
islas y varias ciudades que hoy se elevan a la orilla de los mares. Todos
aducen complicados cálculos económicos en un sentido y en otro.
De todas formas, hay que
aplaudir el establecimiento de una jornada anual de reflexión sobre la dignidad
del medio ambiente y el respeto que se merece la naturaleza.
En su encíclica “La caridad
en la verdad”, el Papa Benedicto XVI escribía que el ambiente natural “es un don de Dios para todos, y su uso
representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las
generaciones futuras y toda la humanidad”.
Hace unos años se acusó a la
fe judeo-cristiana de promover indirectamente el deterioro del planeta. Es una
acusación falsa. El Papa Ratzinger afirma que “el creyente reconoce en la
naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el
hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas
necesidades —materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la
creación misma”.
Por eso puede añadir que “si
se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú
intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes
con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios” (CV
48).
También el Papa Francisco,
en su exhortación “La alegría del Evangelio”, ha escrito que “el planeta es de
toda la humanidad y para toda la humanidad” (EG 190). Por eso hay que tutelar
la fragilidad del conjunto de la creación: “Los seres humanos no somos meros
beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas” (EG 215).
Muchos nos preguntamos qué
podemos hacer para evitar la subida de las aguas de los mares. Pero todos
podemos colaborar para mantener más limpias todas las aguas. Y todos podremos
levantar la voz para que los gobernantes del mundo promulguen leyes justas que
ayuden a preservar el tesoro del ambiente.
Ante la próxima
beatificación del Papa Pablo VI, volvemos a leer el escrito en que nos reveló
su “Pensamiento ante la muerte”. En él manifestaba su estupor ante “este mundo
inmenso, misterioso, magnífico, este universo de las mil fuerzas, de las mil
leyes, de las mil bellezas y las mil profundidades”. Y se lamentaba de no haber
admirado más este cuadro, ante él que expresaba su admiración y su gratitud.
También nosotros, como él,
hemos de confesar que “tras la vida, la naturaleza y el universo, está la
Sabiduría y… está el Amor”.
José-Román
Flecha Andrés