Sof
3,14-18
Lc
1,39-56
Por
aquellos días, María se dirigió de prisa a un pueblo de la región montañosa de
Judea, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el
saludo de María, la criatura se movió en su vientre, y ella quedó llena del
Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo Isabel: “¡Dios te ha
bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo
para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Tan pronto como he oído tu
saludo, mi hijo se ha movido de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber
creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!”. María dijo:
“Mi alma alaba la grandeza del Señor. Mi espíritu se alegra en Dios mi
Salvador, porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava, y desde
ahora me llamarán dichosa; porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas.
¡Santo es su nombre! Dios tiene siempre misericordia de quienes le honran.
Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los
reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los
hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Ayudó al pueblo de
Israel, su siervo, y no se olvidó de tratarlo con misericordia. Así lo había
prometido a nuestros antepasados, a Abraham y a sus futuros descendientes”.
María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa.
Preparación: En muchos países, el mes de mayo
está especialmente dedicado a venerar a María, la Madre de Jesús. Hoy
recordamos la prontitud con la que se puso en camino para visitar a su pariente
Isabel.
Lectura: La profecía de Sofonías invita a
Jerusalén a alegrarse y gozar de todo
corazón, puesto que el Señor se halla en medio de ella. También en el evangelio
resuena el canto en el que María confiesa alegrarse en Dios, su salvador. La
alegría es un don de Dios. En ambos casos está vinculada a la fe y a la
experiencia de la presencia de Dios.
Meditación: En el Saludo a la Bienaventurada Virgen María, San Francisco se dirigía a
ella como a la “Virgen hecha Iglesia”. Al visitar a Isabel, María resume la
vocación de la Iglesia universal. Es proclamada dichosa por haber creído en la
palabra de Dios. Alaba la grandeza del Señor. Anuncia la presencia del Hijo de
Dios. Proclama la misericordia de Dios que humilla a los altaneros y eleva a
los humildes. Y, finalmente se apresura a ayudar a quien puede necesitar su
asistencia. He ahí cinco aspectos de la vocación y la misión evangelizadora de
la Iglesia. Con razón escribió el papa Juan Pablo II que “en el misterio de la
Visitación todo cristiano ve el modelo de su vocación” (8.9.2001).
Oración: Señor, tú inspiraste a María el
deseo de visitar a su prima Isabel. Concédenos que, dóciles al soplo del
Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida.
Amén.
Contemplación: Hoy peregrinamos en espíritu a las
montañas de Judea. Teniendo presente la iglesia de la Visitación de María,
contemplamos su llegada a casa de Zacarías e Isabel. Y recordamos que el Papa
Francisco en la exhortación La alegría
del Evangelio dice que María “es la mujer orante y trabajadora en Nazaret,
y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para
auxiliar a los demás sin demora (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura,
de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo
eclesial para la evangelización” (n.288)
Acción: Hoy podemos visitar con espíritu evangélico
a alguna persona cercana que necesita ayuda o consuelo.
José-Román Flecha Andrés