En aquel tiempo, como el número de los
creyentes iba aumentando, los de habla griega comenzaron a quejarse de los de
habla hebrea, diciendo que las viudas griegas no eran bien atendidas en la
distribución diaria de auxilios. Los doce apóstoles reunieron a todos los
creyentes y les dijeron: “No está bien que nosotros dejemos de anunciar el
mensaje de Dios para dedicarnos a la administración. Por eso, hermanos, buscad
entre vosotros siete hombres de confianza, entendidos y llenos del Espíritu
Santo, para que les encarguemos estos trabajos. Nosotros seguiremos orando y
proclamando el mensaje de Dios”. Todos estuvieron de acuerdo, y escogieron a
Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a
Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, uno de Antioquía que antes se había
convertido al judaísmo. Luego los presentaron a los apóstoles, que oraron y les
impusieron las manos. El mensaje de Dios iba extendiéndose, y el número de los creyentes
aumentaba mucho en Jerusalén. Incluso muchos
sacerdotes judíos aceptaban la fe.
1
Pe 2,4-9
Acercaos, pues, al Señor, la piedra
viva que los hombres despreciaron, pero que para Dios es piedra escogida y de
mucho valor. De esta manera, Dios hará de vosotros, como de piedras
vivas, un templo espiritual, un sacerdocio santo que por medio de Jesucristo
ofrezca sacrificios espirituales, agradables a Dios. Por eso dice la Escritura:
“Yo pongo en Sión una piedra que es la piedra principal, escogida y muy
valiosa; quien confía en ella no quedará defraudado”. Para vosotros, los
creyentes, esa piedra es de mucho valor; en cambio, para los que no creen se
cumple lo que dice la Escritura: “La piedra que los constructores despreciaron
se ha convertido en la piedra principal”. Y también esto otro: “Una roca, una
piedra en la cual tropezarán”, pues ellos tropiezan al no hacer caso del
mensaje; tal es su destino. Pero vosotros sois una familia escogida, un sacerdocio al servicio del
Rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios, destinado a anunciar las
obras maravillosas de Dios, que os llamó a salir de la oscuridad y entrar en su
luz maravillosa.
Jn
14,1-12
En aquel tiempo dijo Jesús: “No os
angustiéis: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay
muchos lugares donde vivir; si no fuera así, no os habría dicho que voy a
prepararos un lugar. Y después de ir y prepararos un lugar, vendré otra vez
para llevaros conmigo, para que vosotros también estéis donde yo voy a estar.
Ya sabéis el camino que lleva a donde yo voy”. Tomás dijo a Jesús: “Señor, no
sabemos a dónde vas: ¿cómo vamos a saber el camino?”. Jesús le contestó: “Yo
soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre.
Si me conocéis, también conoceréis a mi Padre; y desde ahora ya le conocéis y
le estáis viendo”. Felipe le dijo entonces: “Señor, déjanos ver al Padre y con
eso nos basta”. Jesús le contestó: “Felipe, ¿tanto tiempo hace que estoy con
vosotros y todavía no me conoces? El que me ve a mí ve al Padre: ¿por qué me
pides que os deje ver al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre
en mí? Las cosas que yo os digo no las digo por mi propia cuenta. El Padre, que
vive en mí, es el que hace su propia obra. Creedme que yo estoy en el Padre y
el Padre en mí; si no, creed al menos por las propias obras. Os aseguro que el
que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más
grandes, porque yo voy al Padre”.
Preparación: Recordamos con gusto los versos de
León Felipe: “Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este
camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un
camino virgen Dios”.
Lectura: La primera lectura nos
recuerda la elección de los diáconos, hombres de confianza, entendidos y llenos
del Espíritu Santo, para que se encargaran
de la atención a los hermanos más necesitados. En el evangelio se
recogen algunas palabras de Jesús que el evangelio de Juan sitúa en el marco de
la última cena. A una perplejidad del apóstol Tomas, el Señor responde con una
frase que resume su identidad y su misión: “Yo soy el camino, la verdad y la
vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre. Si me conocéis, también
conoceréis a mi Padre; y desde ahora ya le conocéis y le estáis viendo”.
Meditación: No podemos ignorar la palabra de
Jesús: “Yo soy el camino”. Antes de él estábamos lejos, éramos esclavos y
vivíamos en el exilio. Si no lo buscamos, viviremos en la oscuridad. Con él
vamos descubriendo el rostro de Dios y lo que de verdad significa ser humanos.
Si no lo seguimos, andaremos perdidos por el desierto. En él se nos revela la
vocación a la felicidad, el sentido de la cruz y la promesa de la resurrección.
Si no decidimos permanecer en él, se nos morirá de nostalgia la esperanza.
Siguiendo el camino de Jesucristo descubriremos la honda verdad de la vida.
Oración: Señor Jesús, queremos poner
nuestros pies sobre los tuyos. Sustenta nuestras pisadas en ti mismo, para que
podamos llegar contigo a la meta que tú nos has prometido. Amén.
Contemplación: Fray Luis de León viene hoy en
ayuda de nuestra contemplación. En su libro Los
nombres de Cristo expone también el de “Camino”. Según él, Cristo es el
camino del cielo porque hemos de poner las pisadas donde él las puso y hemos de
poner nuestros pies sobre los suyos. Así lo hacen las madres con sus hijos:
“Teniendo con sus manos las dos de sus niños, hacen que sobre sus pies de ellas
pongan ellos sus pies, y así los van allegando a sí y los abrazan y son
juntamente su suelo y su guía”. Eso es Jesús para los que creen en el: ¡Su
suelo y su guía!
Acción: Hoy podemos preguntarnos en qué
momentos de nuestra vida hemos sentido especialmente la alegría de seguir el
camino de Jesucristo.
José-Román Flecha Andrés