miércoles, 14 de mayo de 2014

EL HOMBRE Y LA VIDA

ANTE  LA EUTANASIA INFANTIL


  Tras la legalización de la eutanasia en Holanda, los ancianos holandeses trataban de pasar a Bélgica para evitar este acoso más o menos explícito. Con el tiempo Bélgica ha dejado de ser un refugio seguro para ellos.
En esta “cuesta resbaladiza” se había de llegar a la legalización de la eutanasia infantil por parte de Bélgica. Las cautelas señaladas por la ley son simples cortinas para ocultar el drama de la muerte inducida.

LA REALIDAD DE LA LEGALIZACIÓN


• Se nos impone una legalización de la eutanasia, pero son cada vez más las personas que olvidan que la ley no es la razón de lo moralmente bueno y de los procesos de humanización de la sociedad. En este caso, la ley no puede determinar la bondad ética de la administración de la muerte
• Se presenta la eutanasia activa como un derecho del paciente terminal incapaz de soportar sus dolores. Pero la muerte nunca puede ser concebida como un derecho humano. Por otra parte, no nos engañemos sobre la aceptación del sufrimiento. Nunca, como en esta época, hemos sido capaces de controlar el dolor.
• Se alaba la eutanasia activa siempre que se produzca a petición del paciente. Pero muchos de esos pacientes en realidad no piden la muerte, sino una cercanía afectuosa y compasiva por parte de familiares y sanitarios. Además, se comienza respetando su petición y se pasa a obligarlos más o menos sutilmente a pedir la muerte para ahorrar tensiones a su familia y gastos a la sociedad.
• Se legaliza la eutanasia a petición de un niño enfermo. Pero se olvida que en nuestras sociedades aparentemente desarrolladas, al niño no se le admite el derecho a otras muchas opciones infinitamente más inocentes y menos dramáticas que la elección de la muerte. El niño ama la vida y requiere atención, cuidados y caricias.
• Se defiende la eutanasia como un derecho totalmente libre. Se pregona una y otra vez que a nadie se le obliga a pedirla, Se dice que la legalización de la eutanasia nunca será vinculante para los que no lo quieran reclamar. Pero la experiencia de estos últimos cuarenta años nos enseña que la libertad para pedir el aborto ha llevado a las sociedades moderna a imponer el aborto de formas poco disimuladas.
• Se nos presenta la eutanasia activa como un acto de compasión hacia las personas que sufren, y en este caso hacia los niños. Pero se olvida que la verdadera “com-pasión” con los otros no puede llevarnos a la indiferencia o al desentendimiento respecto a ellos, sino a la cercanía y a la ternura.
• Se anuncia la eutanasia como la única solución para liberar a los que sufren. En realidad, la sociedad pretende liberarse de sus obligaciones hacia las personas con alguna discapacidad.

 EL SENTIDO DE LA VIDA

   
   El problema ético de la eutanasia debería plantearse sobre una reflexión acerca de la vida entera de la persona. Ahora bien, el primer paso en esa reflexión consiste en admitir que la vida es fundamentalmente un don.  La vida nos es dada. Es en su raíz un regalo, el único regalo que en verdad recibimos.
Si la vida nos es entregada desde “antes”, desde “fuera” o desde “arriba”, también su sentido ha de ser necesariamente recibido. El mismo regalo de la vida trae consigo “las instrucciones para su uso”. De ahí que la persona nunca pueda juzgar que ya ha encontrado el sentido de la vida o que nunca podrá ya encontrarlo; de ahí la íntima inmoralidad y sacrilegio del suicidio.
Pero nadie debería tampoco decidir que las vidas de sus hermanos están ya cerradas al sentido. No podrá imponer o negar a los demás las claves del sentido de la vida. De ahí la íntima inmoralidad y profanación que constituye siempre el homicidio.
La práctica de la eutanasia directa implica la afirmación arrogante de que el hombre crea o impone el valor y el sentido de la vida humana. Se somete a la humanidad a la ley del más fuerte, que decide sobre el valor de la vida o la sinrazón de las vidas que no perece la pena vivir.

José-Román Flecha Andrés