LA PALMERA QUE ALEGRA EL ARENAL
“Como estás mi Señor en la custodia, igual que la
palmera que alegra el arenal, queremos que en el centro de la vida reine sobre
las cosas tu ardiente caridad. Cristo en todas las almas y en el mundo la paz”.
Así cantaba el himno escrito por José María Pemán para
el XXXV Congreso Eucarístico Internacional, que se celebró en Barcelona del 27
de mayo al 1 de junio de 1952.
Por entonces, muchas personas recordaban los días
amargos de la guerra civil y pedían la amanecida de la paz. Creían que en la
eucaristía se puede encontrar cuanto queda de amor y de unidad. Esa palmera
puede traernos la caridad en medio del desierto de la indiferencia.
En la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo recordamos
el pan y el vino del sacrificio de Melquisedec, el rey-sacerdote cananeo que
bendijo a Abraham (Gén 14,18-20).
San Pablo recuerda a los corintios una tradición que
él ha recibido (1 Cor 11,23-26). Al celebrar la eucaristía,
también nosotros hacemos memoria de las palabras de Jesús:
- “Esto es mi cuerpo que se entrega por
vosotros”. Con el signo del pan, Jesús expresaba su entrega a sus
hermanos. Los que participaban en aquella cena y los que habríamos de seguir
sus pasos a lo largo de los tiempos.
- “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi
sangre”. El vino compartido hacía visible el sacrificio de Jesús y sellaba la
alianza nueva de Dios con los hombres. La sangre significaba una alianza de
amor. Era su vida y la nuestra.
- “Haced esto en memoria mía”. La muerte del Justo
injustamente ajusticiado nos interpela. En la eucaristía proclamamos que su
memoria pervive todavía en nosotros. La presencia de Cristo está siempre viva
en medio de su comunidad.
- “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. La fe cristiana nos lleva a evocar aquella memoria del pasado y a vivir anclados en una esperanza activa del futuro.
NUESTRA ENTREGA
El evangelio nos propone hoy el conocido relato de la
multiplicación o distribución de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Ante la
necesidad de las gentes, Jesús nos invita a compartir con los demás lo que
somos y tenemos.
• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras no son
una simple llamada a la generosidad personal. Tampoco son solamente una
indicación para cambiar un sistema económico-social. Son todo eso y mucho más.
• “Dadles vosotros de comer”. Así suena el mandato de
Jesús para los discípulos que le seguían. Pero esas palabras se extienden a
todos los cristianos de todos los tiempos. Denuncian nuestro egoísmo y nos
llaman a la responsabilidad.
• “Dadles vosotros de comer”. La eucaristía que
celebramos nos exige hacer nuestra la entrega personal de Jesús. Sus palabras
nos impulsan a vivir un amor sincero a los demás y a promover una caridad
generosa y una justicia eficaz.
- Señor Jesús, en la eucaristía tú nos has
dejado el memorial de tu pasión y la certeza de tu presencia entre nosotros. Queremos
compartir con nuestros hermanos el alimento que sacia el hambre y también la fe
que ilumina el camino. Amén.
José-Román Flecha Andrés