SOBRE EL PUDOR
Hoy no es frecuente
hablar del pudor. En otros tiempos esa palabra parecía referirse a la
discreción que la persona, especialmente a partir de la adolescencia, trataba
de observar para no exponer su cuerpo a la curiosidad de los demás.
La doctora
Monique Selz, psiquiatra y psicoanalista, ha escrito que ese sentimiento y esa
actitud han de entenderse de una forma más amplia. El pudor nos lleva a
defender nuestra dignidad. Y la dignidad no nos es concedida ni puede ser
arrebatada por las leyes, por la opinión de las mayorías o por la imposición de
lo políticamente correcto.
El
comportamiento que afecta a la dignidad de la persona tampoco puede ser
evaluado sobre la base de clichés preconcebidos, de prejuicios sociales o de
mitos seculares. Escribe ella que “el mito de la actitud natural de los griegos
frente a la desnudez masculina ha sido tan difícil de desterrar como el de la
pretendida tolerancia helenística de la homosexualidad masculina”.
Según la citada doctora,
vivimos en “un triple después que condiciona nuestra relación con el cuerpo y
con el otro: es una sociedad post-colonial, post-nazi y post-mayo del 68”.
La persona no puede ser reducida a una simple cosa u objeto como hacen los
colonizadores; no puede ser abusada hasta la muerte, como ocurrió en los campos
de concentración, ni puede reducirse a su capacidad de disfrutar del momento
presente como pregonaban los jóvenes en París.
Desprecian
nuestro pudor los que convierten el cuerpo humano en un objeto o quienes
manejan la desnudez como un elemento indispensable del espectáculo.
La dignidad de
la persona requiere un respeto especial precisamente en los momentos iniciales
y finales de su vida, en los que no puede defenderse de las intervenciones
ajenas, sino que las necesita especialmente para que su existencia sea posible
y sea realmente digna.
La doctora
Monique Selz nos sorprende con una pregunta que a muchos puede sonarles como un
tanto novedosa y hasta escandalosa: “¿Tenemos alguna idea de lo que sufren las
mujeres con el pretexto de dejarse ayudar para satisfacer su deseo de tener
hijos?”. Según ella, “esos deseos son muchas veces el resultado de diversas
manipulaciones ideológicas, propias del imperio de la sociedad de consumo”.
Es un desprecio
del pudor de la persona la obligada sumisión a tratamientos abusivos en el caso
de una enfermedad terminal o la imposición de la eutanasia.
Y constituyen un
escandaloso abuso del pudor los infinitos asaltos a nuestros datos personales
para tratar de vendernos objetos que no necesitamos a precios engañosos que nos
prometen una felicidad que nadie nos puede regalar.