BAUTISMO Y MISIÓN
“En
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
(Mt 28,19)
Señor Jesús, en el final del evangelio
según san Mateo se pone en tus labios una despedida que, en realidad, es el
encargo de la misión que tú confiabas a tus discípulos. Una misión que era
entonces y es ahora un privilegio impagable.
Tú nos envías por todo el mundo para que
hagamos discípulos tuyos a las gentes de
todos los pueblos. Y nos pides que los bauticemos y les enseñemos a
guardar lo que tú nos has mandado.
Es evidente que solo podremos hacer
discípulos tuyos si con nuestra conducta demostramos que tu ejemplo y tus
enseñanzas nos han motivado para caminar con unos ideales y una conducta
realmente atrayentes.
Creo que no serán mis palabras sino mis obras las que han de
hacer comprender que tú eres el Salvador de nuestra humanidad. Me pregunto con
frecuencia si con sincera humildad voy tratando de ser un discípulo creyente y
creíble.
Seguramente la clave de la misión está
en ese bautismo en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Ese es el bautismo que yo mismo he recibido y
por el que doy gracias a la comunidad que me ha acogido en su seno.
Me gusta acercarme de vez en cuando a acariciar
y besar la pila en la que he sido bautizado. Con ese gesto quiero agradecer
este don de haber sido admitido a seguir tus pasos entre los que tú has elegido
como discípulos.
Evocar mi bautismo me lleva a vivir con
la confianza del hijo que es amado por el Padre, con la alegría de quien valora
la enseñanza de la Palabra hecha carne y con la valentía que nos inspira la
fuerza del Santo Espíritu.
Haber sido bautizado en el nombre de la
Trinidad me introduce en la comunidad divina y me exhorta a reconocer la dignidad
humana de cada persona. La fe en la Trinidad me sumerge en el don del amor
eterno y me confía la tarea de hacerlo visible en el tiempo. Señor Jesús, ¿Cómo
no agradecer tu elección y tu mandato?
José-Román Flecha Andrés