LLAMAMIENTO A LA ACCIÓN
En la cuarta parte de su carta Octogesima adveniens (14.5.1971), el
papa san Pablo VI ofrece unas orientaciones siempre actuales con relación a la
acción social y política de “los cristianos y las cristianas”, según su mismo
lenguaje (OA 40.41.46).
1. En primer lugar, recuerda la
doble función de la doctrina social de la Iglesia: 1) iluminar los espíritus para ayudarlos a descubrir la verdad y distinguir el
camino a seguir y 2) difundir la virtud
del Evangelio para servir a la humanidad.
2. Para ello, no
basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las
injusticias graves y denunciar con audacia profética. Es preciso que cada
persona tome conciencia de su propia responsabilidad y se comprometa en una
acción efectiva.
3. Por otra parte, todos solemos cargar sobre los demás
la responsabilidad de las injusticias. Pero todos somos responsables. Esta
humildad libera a la acción social de asperezas y sectarismos y evita el
desaliento.
4. Frente al desaliento, se alza la esperanza cristiana
que se basa en la presencia de Cristo y en la certeza de que hay otras personas
que también buscan la justicia y la paz. En el corazón de toda la humanidad
existe la voluntad de vivir como hermanos (OA 48).
5. Los cristianos se encontrarán siempre en situaciones
muy diversas. Cada persona tiene que determinar su responsabilidad y discernir
en conciencia las actividades en las que debe participar y elegir con diligencia
su camino (OA 49).
6. Todos los cristianos estamos llamados a animar y
renovar el mundo. Pero en esa tarea cabe una legítima variedad de opciones
posibles, que requiere una recíproca comprensión de las posiciones y de los
motivos de los demás. Citando el Concilio, recuerda el Papa que “lo que une a
los fieles es más fuerte que lo que los separa” (GS 39).
7. Muchos cristianos pueden sentirse condicionados por
sus hábitos de pensamiento, por su posición y hasta por sus intereses. Otros comparten
todos los juicios y todas las opciones de su medio ambiente. En todo caso, hay
que valorar la verdadera libertad en Cristo, que abre el espíritu de las
personas a lo universal (OA 50).
Según el Papa, esos principios valen no solo para las
personas, sino también para las organizaciones cristianas, llamadas a asumir
una responsabilidad de acción colectiva. También a ellas atañen las exigencias
concretas de la fe cristiana para una transformación de la sociedad, tan justa
como necesaria, y para el logro del progreso integral que Pablo VI había ya
propugnado en su encíclica Populorum
progressio.
La Palabra de Dios no podrá ser proclamada ni escuchada si no va acompañada del testimonio de la potencia del Espíritu Santo, operante en la acción de la comunidad cristiana al servicio de sus hermanos y hermanas, en esos puntos donde se juegan ellos su existencia y su porvenir (OA 51).
José-Román Flecha Andrés