“Tendrán respeto a mi Hijo”
(Mt 21,37)
Padre nuestro que
estás en los cielos, sabemos y creemos que tú has puesto en nuestras manos el
cuidado y cultivo de esta tierra que has creado, así como el disfrute y la
promoción de tu reino.
Gracias por
habernos elegido como colaboradores en tu obra y haber depositado en nosotros
toda tu confianza. Has querido hacer de nosotros los labradores de tu viña.
Evidentemente
esperabas que a tu confianza respondieran nuestro empeño en el trabajo y nuestra
honradez a la hora de entregarte los frutos conseguidos.
Sin embargo, a lo
largo de los siglos hemos maltratado y condenado a muerte a todos los
mensajeros que nos ibas enviando. Nuestro orgullo y autosuficiencia nacían de
la avaricia y nos llevaban al asesinato. Lamentablemente, estas actitudes no
son solo un vergonzoso recuerdo del pasado.
Por último, has
decidido enviarnos a tu propio Hijo, esperando de nosotros el respeto que él se
merecía. Pero fue despreciado y acusado una y otra vez. Sufrió el peso de la
mentira y la calumnia. Y finalmente fue
condenado al suplicio más horrible. En realidad, también en nuestros días es
condenado al silencio, a la exclusión y a la muerte.
Si el crimen del
asesinato de tu Hijo es vergonzoso, lo es también el sentimiento que lo ha
motivado y lo motiva Ambicionamos su herencia. Queremos apropiarnos de todo lo
que él significa. Nuestra pretendida cultura se caracteriza precisamente por
ese olvido de tu Hijo, por esa muerte de tu Hijo, por esa rapiña de su
herencia.
Padre nuestro que estás en el cielo y en la tierra, solo tú puedes cambiar nuestro corazón. Solo tu Espíritu puede ayudarnos a recordar que la gracia y la verdad nos vinieron por tu Hijo. Concédenos la humildad y la justicia para comprender que solo a él corresponde la herencia que hemos querido arrebatarle. Y para entender que nuestra suerte consiste en colaborar en su obra. Amén.
José-Román Flecha Andrés