“Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”
(Mt 21,28)
Padre nuestro que
estás en los cielos, no sería honrado decir que no he oído esa voz que me has
dirigido tantas veces: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”.
En primer lugar,
quiero darte las gracias porque has querido contar conmigo. Me has recordado
que tu viña es también mi viña y la de mi hermano. Es nuestra viña. Tú esperas
que dé buenas uvas y un buen vino que alegre nuestras comidas. Y esperas
también que nosotros colaboremos con nuestro trabajo para hacer realidad esa
esperanza.
Yo sé que tu
exhortación no puede quedar olvidada en el pasado. El trabajo es urgente y no
puede ser dejado de lado. Es “hoy” cuando es preciso obedecer tu mandato y
colaborar con mi esfuerzo para que nuestra viña nos dé sus frutos. Tu llamada
de cada día es tan importante como nuestro pan de cada día.
Sin embargo,
reconozco que a lo largo de mi vida me he comportado como los dos hermanos a
los que se refiere Jesús en su parábola.
En algunas
ocasiones me he negado a obedecer tu
mandato. Son muchas las disculpas que me he inventado para ocupar mi tiempo. La
acedía no es solo la pereza que me paraliza para no comprometerme con la tarea
que esperas de mí. La tentación es aún más fuerte. Con demasiada frecuencia
considero tu llamada menos importante que mis intereses y aficiones.
En otras
ocasiones he respondido a tu mandato con una promesa que después no he
cumplido. Ya sé que no puedo dejarme llevar por un fervor tan pasajero como
superficial. Y sé también que mi orgullo genera la hipocresía de simular una
disponibilidad y una obediencia que no llego a mantener.
Padre nuestro que
estás a mi lado, yo reconozco que no me he comportado como un hijo responsable.
Perdona mi egoísmo. Y dame la luz y la coherencia para responder con fidelidad
a tu voluntad. Deseo tener los mismos sentimientos de tu Hijo predilecto, Jesús
nuestro Señor. Amén.