BREVEDAD
DE LA VIDA
“Vaciedad sin
sentido, todo es vaciedad”. Es muy conocido este inicio del libro del
Eclesiastés (Ecl 1,2). El texto añade una reflexión sobre la preocupación
humana por el trabajo: “Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y
acierto, y tiene que legarle su porción a quien no ha trabajado. También esto
es vaciedad y gran desgracia” (Ecl 2,21-23).
Pero el problema
no es el trabajo sino la fugacidad de la
vida, que quita sentido a los afanes por acumular unos bienes que es
preciso dejar a otros. Con frecuencia
olvidamos que no estamos en esta tierra para vivir aquí para siempre.
Esa idea de
nuestra limitación temporal se repite en el salmo responsorial, en el que nos
dirigimos a Dios reconociendo que nuestra vida es frágil y breve: “Mil años en
tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna” (Sal 89,)
Por feliz
coincidencia, en la segunda lectura de la misa de hoy, san Pablo nos recuerda
que hemos resucitado con Cristo. Y, por tanto, nos exhorta a aspirar a los
bienes de arriba, no a los de la tierra (Col 3,1-2).
MEDIADOR Y
ÁRBITRO
El evangelio de
Lucas, que vamos siguiendo a lo largo de este año, se refiere con frecuencia al
dinero, o mejor a los pobres y a los ricos. El texto que hoy se proclama en la
Liturgia (Lc 12,13-21) podría dividirse en dos partes, centradas en el tema de la codicia.
• En la primera
parte, uno de los que escuchan a Jesús le expone su enemistad con su hermano a
causa de la herencia familiar. Su petición nos recuerda la de Marta. Ambos
piden a Jesús que haga de mediador en cuestiones familiares: “Dí a mi hermana…
Dí a mi hermano…” También hoy algunos
quieren que Jesús solucione sus problemas.
• En la
segunda parte, leemos la parábola de un hombre rico que ha recogido en sus
campos una cosecha muy abundante. Junto
a la satisfacción por la cosecha, se le plantea el problema de construir unos almacenes
más amplios para recogerla. Pero Dios es el árbitro que marca el final de
nuestra carrera.
Con todo, el
mensaje que se desprende de la parábola subraya sobre todo la arrogancia y el
engaño en el que vive este hombre. Parece convencido de que la abundancia de
sus bienes le garantiza una larga vida. Como en el libro del Eclesiastés, también
en este relato se sugiere que la preocupación verdadera es la de la caducidad
de la existencia.
DIOS Y LOS DEMÁS
Es interesante descubrir que la parábola
contrapone a la palabra del rico la palabra de Dios. El rico espera disfrutar
de su cosecha durante muchos años. Pero Dios le anuncia que su vida ha llegado
a su término.
• “Necio, esta noche te van a exigir la
vida”. Si la sabiduría refleja la armonía del hombre con Dios, la necedad
revela la autosuficiencia de la persona, es decir su pecado. No se puede olvidar
que quien decide la duración de la vida no es el hombre sino Dios. Nadie es
dueño de su futuro.
• “Lo que has acumulado ¿de quién será?”
Además de escuchar la voz de Dios, el hombre siempre ha de prestar atención a
sus hermanos. El rico es interpelado por Dios, pero hará bien en recordar a las
personas que lo rodean. Ninguna cosecha le pertenece para siempre. Siempre hay
unos “otros” que heredarán nuestros bienes.
- Padre de los cielos, con razón Jesús
nos exhortaba a confiar en tu providencia. De ti proviene nuestro pan de cada
día. Tú nos entregas los bienes para que reconozcamos tu generosidad y los
compartamos con alegría. Que tu Palabra nos recuerde la honda verdad de nuestra
vida y nos ayude a tenerte en cuenta a ti y a nuestros hermanos. Amén.