EL MANANTIAL DE LA ALEGRÍA
Entre los primeros libros que pudo
llamar míos y que conservo con cariño y con cuidado se encuentra uno de Romano
Guardini que se titula “Cartas sobre autoformación”. Creo que a pocos libros
debo tanto como a este. Todo un tratado para lograr eso que mucho tiempo
después vino a llamarse la “realización” de la persona.
La primera de esas cartas trata de la
alegría del corazón. Guardini comienza afirmando que todos “queremos que
nuestro corazón viva alegre y feliz”. Es una buena observación que se cae por
su peso y seguramente no será rebatida por nadie.
Pero inmediaamente observa él que vivir
alegre no es estar divertido. ¿Cuál es la diferencia? Aparentemente se trata de la ubicación de la
experiencia. Puesto que “la diversión es
algo exterior, estrepitoso, fugaz. En cambio, la alegría mana dentro, callada,
con raíces profundas”.
Pero ya en el primer párrafo del
capítulo, el autor nos asombra con una frase que seguramente a muchos les puede
sonar como una contradicción. De hecho, afirma él que la alegría es “la hermana de la seriedad: donde está una,
se halla también la otra”.
A continuación nos recuerda que hay una
alegría sobre la que no se tiene dominio alguno. Cae sobre nosotros como una
torrentera. Llega cuando quiere y se va cuando se le antoja. Solo podemos
recibirla cuando viene, despedirla resignadamente cuando se retira.
Claro que hay otra alegría que parece
acompañar a la plenitud de la existencia, pero tampoco resulta fácilmente
domesticable.
El autor menciona también esa otra
alegría que todos debemos buscar y que
todos podemos conseguir. Esa alegría que no procede de los bienes conseguidos o
de los honores que nos hayan tributado. Esa alegría que viene a coronar nuestro
esfuerzo, un trabajo bien realizado, un servicio prestado gratuitamente.
Sin embargo, Guardini quiere reflexionar
sobre esa alegría que brota de un manantial más profundo, de una fuente
interior donde mora Dios. Porque, por si no lo habíamos adivinado, hay que
reconocer que “Dios mismo es la fuente de la verdadera alegría”.
Claro que en este contexto es inevitable
una pregunta: “Si la alegría vive de Dios y Dios habita en nuestro corazón,
¿Por qué no la sentimos?”. Su respuesta es tan obvia como escandalosa para
muchos. No sentimos esa profunda alegría porque
la fuente de donde mana está enterrada.
Pero hay un modo de desenterrar ese
manantial. Dirigirse a Dios con sencillez y espontaneidad para decirle: “Dios
fuerte, lo que tú quieras, eso quiero yo”. Es fácil imaginar la siguiente
pregunta: ¿Dónde encontrar el querer divino”. Romano Guardini sabe y explica
que lo podemos encontrar en lo más ordinario de la vida. Habrá que prestar una
atención humana y creyente al momento presente. Esa es la sugerencia de tan
gran maestro.