TENTACIONES DE HOY
El discurso con el que el papa Francisco inauguraba la
asamblea del Sínodo de Obispos sobre los jóvenes y el discernimiento vocacional
(3.10.2018) es interesante bajo muchos aspectos.
Tras reconocer que la Iglesia tiene una deuda de escucha,
también en relación a los jóvenes, el Papa afirmaba que “una Iglesia que no
escucha se muestra cerrada a la novedad, cerrada a las sorpresas de Dios, y no
será creíble, en particular para los jóvenes, que inevitablemente se alejan en
vez de acercarse”.
Ahora bien, para aprender a escuchar hay que liberar
nuestras mentes y nuestros corazones de prejuicios y estereotipos. Cuando pensamos
que ya sabemos quién es el otro y lo que quiere, entonces se hace realmente
difícil escucharlo en serio.
El Papa menciona, además, algunas tentaciones. “Los
jóvenes tienen la tentación de considerar a los adultos como anticuados; los
adultos tienen la tentación de calificar a los jóvenes como inexpertos, de
saber cómo son y sobre todo cómo deberían ser y
comportarse”.
Ahora bien, no hay que ver las tentaciones como una
fatalidad. Los adultos deben superar la tentación de subestimar las capacidades
de los jóvenes y de juzgarlos negativamente.
Los jóvenes deberían vencer la tentación de no escuchar a
los adultos y de considerar a los ancianos como «algo antiguo, pasado y
aburrido». Es absurdo querer empezar siempre de cero, como si la vida comenzara
solo con cada uno de ellos.
Además, es necesario superar con decisión la plaga del
clericalismo, curar el virus de la autosuficiencia y de las conclusiones
apresuradas de muchos jóvenes.
El presente, también el de la Iglesia, aparece lleno de
trabajos, problemas y cargas. Pero la fe nos dice que es también kairós, es decir el tiempo oportuno, en
el que el Señor viene a nuestro encuentro para amarnos y llamarnos a la
plenitud de la vida.
El pasado es importante, pero es necesario mirar al
futuro. El futuro no es una amenaza que hay que temer, sino el tiempo que el
Señor nos promete para que podamos vivir en comunión con él, con nuestros
hermanos y con toda la creación.
Con frecuencia aparecen esos profetas de calamidades, a
los que aludía el papa Juan XXIII el día de la apertura del Concilio. Han
pasado muchos años, pero persiste esa tendencia. Según el papa Francisco, no
hay que dejarse tentar por las «profecías de desgracias», ni gastar energías en
«llevar cuenta de los fallos y echar en cara amarguras».
Hay que mantener los ojos fijos en el bien, que no hace
ruido ni es tema de los blogs ni aparece en las primeras páginas. No hay que
asustarse «ante las heridas de la carne de Cristo, causadas siempre por el
pecado y con frecuencia por los hijos de la Iglesia».
La Iglesia es muy humana, pero es obra del Señor y cuenta
con la presencia del Espíritu. Hay que recordarlo siempre, y especialmente en
este tiempo.
José-Román Flecha Andrés