EL RECHAZO AL
JUSTO
“Acechemos al justo, que nos resulta
incómodo”. Así se confabulan los impíos para denunciar a quien, con su sola
presencia, les echa en cara su impiedad.
Esa actitud recogida por el libro de la Sabiduría (Sap 2,17-20), se ha
repetido en el martirio del sacerdote Pino Puglisi, al que ha recordado
recientemente el papa Francisco en la ciudad de Palermo.
Quien trata de vivir con honradez y
coherencia, recibe acusaciones, calumnias y marginación, por parte de la mafia
o de sus propios compañeros. El texto bíblico menciona tres acusaciones que se
lanzan contra quien vive con rectitud: “Se opone a nuestras acciones, nos echa
en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”.
El salmo responsorial recoge la oración
del perseguido: “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder …
porque unos insolentes se alzan contra mí” (Sal 53).
En la misma línea se colocan las
advertencias que se nos transmiten en la carta de Santiago. Frente a las
envidias y rivalidades del entorno, “los que procuran la paz, están sembrando
la paz y su fruto es la justicia” (Sant 3,18).
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LA MUERTE Y EL PRESTIGIO
Las acusaciones contra el justo, que
recoge el libro de la Sabiduría encuentran un eco en las palabras con las que
Jesús anuncia su propia muerte a los discípulos: “El Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los hombres y lo matarán, y después de muerto, a los tres
días resucitará” (Mc 9, 31). El relato parece jugar con las contraposiciones:
•
Jesús es muy consciente de que habrá de afrontar la muerte en Jerusalén y que
después resucitará. Sin embargo, los discípulos que le siguen por los caminos no
entienden de qué les está hablando. Es más, les da miedo pedirle una explicación.
•
En realidad, el evangelio sugiere que los discípulos no han llegado a aprender
la principal lección de su Maestro. Jesús habla de su próxima muerte, mientras
que ellos se entretienen en discutir quién de ellos es el más importante.
•
El que es la Palabra, también a nosotros nos pregunta qué es lo que nos
preocupa mientras vamos “de camino”. Lamentablemente, a su palabra solo podemos
responder con un silencio avergonzado, porque solo nos importa nuestro prestigio
personal.
EL SIGNO DE LA ACOGIDA
El evangelio anota que Jesús se sentó,
como hizo al iniciar el Sermón de la Montaña. También ahora quiere enseñar una
lección importante: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a
mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. Evidentemente
la actitud de “acoger” reflejaba su espíritu y dejaba en evidencia la altivez
de sus discípulos: los de antes y los de ahora.
•
Acoger a un niño era y es el signo más claro de la gratuidad. El niño todavía no realiza un trabajo ni recibe un
salario. No es “productivo”, pero tiene toda la dignidad de la persona. Acoger
a un niño significa reconocer la importancia del débil. Es decir del “in-útil”
•
Acoger a Jesús era y es el signo más elocuente de la hospitalidad. El que no tenía donde reclinar la cabeza sigue hoy
llamando a nuestra puerta. Nosotros decimos que mañana le abriremos… “para lo
mismo responder mañana”, como escribió Lope de Vega.
• Acoger al que ha enviado a Jesús era y
es el signo más evidente de nuestra fe
en el Padre. Es reconocerlo como el enviado para nuestra salvación. Es aceptar
su palabra y su estilo de vida. Quien
cree en el enviado cree también en quien lo envió.
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Señor Jesús, tú eras y eres el Justo enviado por Dios. Con tu sola presencia
eras y eres un signo que denuncia nuestras hipocresías, nuestras ansias de
grandeza, nuestro desprecio de los pequeños y los humildes. Perdona nuestro
orgullo. Y ayúdanos a descubrirte y acogerte en los más pequeños y despreciados
por nuestra sociedad. Amén.