ASUNCIÓN DE LA
VIRGEN MARÍA
En
este día nos agrada volver a consultar los sermones de San Juan de Ávila. Según
él, la fiesta de la Asunción de María marcaba
“el término tan deseado y tan pedido por la sacratísima Virgen María,
Madre de Dios y Señora nuestra”. Ante
aquella evocación, invitaba a los fieles a alegrarse por el triunfo de María.
No le faltaba fantasía para imaginar la admiración a los ángeles:
“Espantados de que en este miserable desierto
hubiese tan preciosa reliquia y que con tanta honra y pompa fuese subida a la
alteza del cielo y constituida por Señora de los que están allá y de los de
acá, preguntan diciendo: ¿Quién es esta
que sube del desierto, abundante en regalos, arrimada sobre su Amado?” (Cant
8,5).
Para
aquel fogoso predicador, el día de la Asunción de María se convertía en la
fiesta de la libertad, de la gloria cumplida y de las esperanza realizadas:
“Gócense, pues, los buenos hijos de la libertad de su
bendita Madre, y esperen ellos que, a semejanza de ella, les vendrá el día de
su libertad, en que, libres de la corrupción de esta vida, gocen con ella en el
cielo del don de incorrupción perpetua, de cumplida gloria y de la alegre vista
de Dios. Y entiendan que esta Virgen bendita no sólo nos es dada para ejemplo
de nuestra vida, a la cual sigamos e imitemos en sus virtudes, mas también
tenemos en ella ejemplo y motivo para esperar que, si fuéremos acá por el
camino que ella fue, aunque no tan aprisa ni con tanta santidad, iremos donde
ella fue, aunque menores en gloria”.
Pero
sabía Juan de Ávila que poco presta la contemplación sin la acción y el regusto
sin el esfuerzo. La celebración de la Asunción de María a los cielos le
sugería, pues, una sencilla exhortación adornada de una pizca de dramática
poesía:
“Estemos, pues, muy atentos, y no perdamos de vista a
esta Señora, tan acertada en sus caminos y tan verdadera estrella y guía de los
que en este peligroso mar navegamos”[1].
También Santa Teresa cuenta que en esta fiesta de la Asunción de María,
se le representó en un arrobamiento “su subida al cielo, y la alegría y
solemnidad con que fue recibida y el lugar adonde está” . Y añade que esta
visión le aprovechó “para desear más
pasar grandes trabajos” y le quedó un
“gran deseo de servir a esta Señora, pues tranto mereció”[2].
LA
OBRA DE DIOS
El
relato evangélico que hoy se proclama
recoge el canto gozoso y agradecido de María (Lc 1, 39-56). Sus estrofas
no miran tanto a la obra del hombre cuanto a la obra de Dios. El canto del “Magnificat”, en efecto, revela,
proclama, canta y agradece el estilo de Dios.
-
“Ha mirado la humillación de su esclava”.
Más que una confesión personal es un resumen de la historia entera de la
salvación. Frente a la altanería de los
poderosos, con frecuencia injusta y despiadada, se alza la misericordia del
Dios que apuesta por los débiles y oprimidos.
-
“Me felicitarán todas las generaciones”.
En otros tiempos le había sido prometido a Abraham que por él se
bendecirían todos los linajes de la tierra (Gén 12,3). La antigua profecía se
ha cumplido en María. Gracias a Jesús, fruto bendito de su vientre, la
bendición de Dios se convierte en bienaventuranza para todos los que lo siguen.
-
“Ha hecho obras grandes por mí”. Lo
mismo pudieron decir Sara, madre de Isaac, y Ana, la madre de Samuel. Para
María, las grandes obras de Dios incluyen la maternidad física de Jesús. Pero
comprenden las riquezas del Reino que por Jesús se revelan y se otorgan a los
pequeños y a los humildes.
UN
SIGNO CELESTIAL
La
visión del Apocalipsis coloca a la Iglesia en el centro de la bóveda celeste
(Ap 12,1). La liturgia ve esa profecía a la luz de los misterios que
transforman la vida de María:
•
“Una mujer vestida del sol”. La luz de
Dios revelada en el Cristo inunda a María y a la Iglesia. Purificadas e iluminadas
por Él se convierten en faro para la peregrinación de las gentes. Su esencia
determina su misión imprescindible.
•
“Una mujer con la luna por pedestal”. La
luz de María y de la Iglesia no brota de sus méritos. Como el pálido claror de la luna, su brillo
es reflejo de una luz que las trasciende y las lleva a vivir en humilde
transparencia.
•
“Una mujer coronada con doce estrellas”. El signo cósmico del zodíaco se asocia
a las tribus de Israel y al número apostólico para desvelar el papel de María y
de la Iglesia. La naturaleza y la historia coronan al icono de la fe, al
ejercicio de la fe, a la obediencia de la fe.
-
“Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la
inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo;
concédenos que aspirando siempre a la realidades divinas, lleguemos a
participar con ella de su misma gloria en el cielo”. Amén.
[1] San Juan de Ávila, Sermón 70, en Obras completas
del Santo Maestro Juan de Ávila, III, 177.
[2] Santa Teresa de Jesús, Libro de la Vida, 39,26. La Santa había
contado que en otra fiesta de la Asunción, le pareció ser vestida de blanco por
nuestra Señora y por san José: o,c 33,14.
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