EUTANASIA Y CLARIDAD
Ante las cuestiones relativas a la vida y a la
muerte, a las motivaciones reales de las decisiones se suelen mezclar juicios y
prejuicios fuertemente arraigados en los hábitos personales y sociales.
No falta quien ha aprovechado la legalización de la eutanasia para
arremeter contra las “horribles religiones monoteístas” e invocar, aun
poéticamente, el retorno al paganismo helénico como modelo de humanidad y
libertad. Al fin da la cara una de las razones de tanta sinrazón.
Por parte de algunos, se propugna el retorno a un
paganismo precristiano. La pena es que se olviden unos cuantos ingredientes del
paganismo helénico: el infanticidio, la esclavitud y el desprecio a los
enfermos incurables, que ya predicaba Platón. Además, no se olvide que
Aristóteles justificaba la esclavitud y que el mundo griego inventó el
“ostracismo”.
Y, lo peor de todo, se ignora o se olvida que en el
fondo de tal pretendida oferta griega y romana se encuentra la imposibilidad
metafísica de la libertad. En una cosmovisión cíclica, como aquella, el ser
humano se consideraba sólo como un juguete en las manos inmisericordes del
Destino y de las Parcas. Así se puede ver en las impresionantes tragedias
griegas y aun en poemas tan bellos como la égloga IV de Virgilio.
El mundo moderno ha luchado ciertamente por el
triunfo de la libertad, pero no es la libertad individual la que puede
determinar la valía de valores éticos como el de la vida. Si el paganismo
griego no podía descubrir la libertad, nuestra cultura no debería confundirla
con la inhumanidad.
Esa es una de las razones de la promoción de la
eutanasia. Hay otra razón que ha sido expuesta, poniendo sencillamente las cifras
sobre la mesa. Al igual que ha ocurrido con las empresas que se han enriquecido
por medio de la promoción del aborto, se observa ya la actividad financiera de
las empresas que han promovido y facilitado la muerte, pedida por el paciente
afiliado a la “mutua” o bien por sus familiares.
Evidentemente en estas consideraciones no se
pretende juzgar las intenciones
personales. Un viejo adagio decía que “del interior nadie puede juzgar, sino
solamente Dios”. Pero no podemos caer en la ingenuidad de creer que toda la
promoción de la “muerte por compasión” obedece solamente al requerimiento de
una virtud tan humana y tan cristiana con esa.
Ante cuestiones de tanta importancia tanto para las personas
como para la comprensión de la sociedad y de la convivencia, es preciso vivir
en la claridad. Ya el profeta Isaías se lamentaba ante las decisiones de los
que al mal llaman bien y al bien llaman mal (Is 5,20). Se ve que, aunque haya
cambiado de traje, la tentación viene de lejos, en el tiempo y en el espacio.