En el
domingo que sigue a la solemnidad del Nacimiento de Jesús celebramos cada año la
fiesta de la Sagrada Familia. Esa realidad tan humana tiene una larga historia,
que la memoria de Israel sitúa y contempla ya en los orígenes del pueblo.
“Mira
hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas. Así será tu descendencia”. He
ahí la promesa que Dios dirigió a Abraham, al constituirle padre de una
multitud de naciones (Gén 15,1-6). Como se ve, los hijos son el signo y el
resultado de la alianza que Dios ofrece al anciano patriarca. La familia es una
bendición.
La carta a los Hebreos que hoy se lee (Heb
11,11-12) recuerda esa misma alianza: “De un solo hombre, y de un hombre ya
cercano a la muerte, nació una descendencia numerossa como las estrellas del
cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar”.
El
mensaje es claro. El Dios de la vida promete y promueve la vida. La vida es,
por tanto, el primero de los dones de Dios. Es un regalo gratuito. Sin embargo,
ese don divino comporta la aceptación humana.
La vida de los hombres surge en el seno de la familia.
LA ESCUCHA Y EL ASOMBRO
El
evangelio de esta fiesta recuerda la presentación de Jesús en el templo (Lc
2,22-40). José y María cumplen cuidadosamente las normas de la Ley, y
contemplan la irrupción del Espíritu en un hombre justo y piadoso. Simeón
reconoce en el Niño al Mesías del Señor. En él descubre al que ha de ser la
gloria de su pueblo y la luz para los pueblos paganos.
El
padre y la madre de Jesús quedan admirados por lo que oyen decir de él. El
mismo evangelio de Lucas ha referido que los pastores que velaban y cuidaban
sus rebaños en la noche, se acercaron a ver al Niño y contaron lo que habían oido pregonar a los
ángeles.
• Los
relatos sugieren la importancia de los mensajeros que Dios envia a la familia
de Jesús. El don de aquella vida es tan grande que requiere la confluencia de
muchas voces. También hoy el don de la vida requiere un testimonio compartido
sobre su valor.
• Pero ambos relatos nos sugieren que José y
María habían de escuchar una y otra vez el mensaje sobre aquel Niño. A la
escucha más atenta sucedió y ha de suceder siempre el asombro y la admiración
ante el misterio.
DONES Y TAREAS
Después de presentar a Jesús en el Templo y
después de escuchar las palabras de Simeón y de Ana, José y María regresaron a
su ciudad de Nazaret. “Y el niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de
sabiduría, y la gracia Dios estaba con él”.
• El crecimiento parece garantizado por el
tiempo. Pero requiere el esfuerzo de toda la familia. La salud integral,
siempre amenazada, exige vigilancia y cuidados sin cuento.
• La sabiduría no se reduce al aprendizaje de
técnicas. La familia es taller y escuela. Su ideal es enseñar y transmitir los
valores que verdaderamente valen.
• La gracia de Dios se derrama generosamente
sobre todos sus hijos. Pero la familia ha de cultivar el terreno para que esa
gracia produzca los frutos de las buenas obras.
- Dios y Padre nuestro, en la familia de
Nazaret nos has dado un precioso modelo de vida. Ayúdanos a imitar en nuestras
familias sus virtudes y a vivir siempre en el amor. Por Jesucristo nuestro
Señor. Amén.
José-Román Flecha
Andrés