JUAN, HIJO DE
ZACARÍAS E ISABEL
El verdor de las colinas
hace olvidar por unas horas los rebrillos cegadores del desierto de Judá o la
trepidación de la Ciudad Santa. Es un gusto salir de Jerusalén para llegar
hasta Ain Karem. “La fuente del Viñedo”. Eso significa el nombre de la aldea.
El peregrino se dirige a
la iglesia de San Juan Bautista. En el patio de entrada, unos cuantos azulejos
repiten en varias lenguas el canto del Benedictus. El evangelio de Lucas lo
pone en boca de Zacarías, en el momento del nacimiento del hijo que le había
sido anunciado en el templo.
Los muros de la iglesia están recubiertos de azulejos
de Manises. Parece que se trajeron de España en tiempos de la reina Iabel II.
Bajo el altar hay una placa con una inscripción latina que nos dice: “Aquí
nació el Precursor del Señor”. Es un buen momento y un lugar tranquilo para
detenerse a recordar y meditar.
Su nacimiento había estado rodeado por un halo
de misterio. Su padre, Zacarías, se encontraba sirviendo en el templo de
Jerusalén. A la hora de la oracion de la tarde, se le presentó el ángel del
Señor. Los fieles observaron que
retrasaba un tanto el rito. Y es que el ángel del Señor le había anunciado el
nacimiento de un hijo.
Así sonaba el oráculo que
llegaba del cielo: "Será grande ante
el Señor. No beberá vino ni licor, quedará lleno del Espíritu Santo desde el
vientre de su madre y convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios.
Irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a
los padres con sus hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los
justos, y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto".
Mudo de asombro y de
incredulidad, Zacarías regresó a su hogar. A pesar de su avanzada edad, su
mujer, Isabel, pudo vivir la alegría recogida y temblorosa de una maternidad
inesperada. Y el nacimiento de un niño que desató la sorpresa para familiares y
vecinos.
El día de su circuncisión,
todos pretendían imponerle el nombre de Zacarías. Ya se sabe, con frecuencia se
trata de proponer al hijo no sólo el nombre, sino también el talante del padre
o del abuelo. Pero con aquel niño llegaba la novedad de lo imprevisto. Había de
llamarse Juan, es decir, “Yahvéh es favorable”.
En el evangelio resuena el
eco de la voz de Zacarías, que, lleno
del Espíritu Santo, profetizó: "Tú,
niño, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para
preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación, por
medio del perdón de los pecados".
Seguramente hubo fiesta en
la aldea. Solo una pincelada sobre los años primeros del chiquillo: "El
niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta
el día de su manifestación a Israel".
Para anunciar su futura misión. Había de ser un profeta: “el mayor de
los nacidos de mujer”. Nada menos.
José-Román
Flecha Andrés