PASIÓN
Y CONFIANZA
Con la celebración del Domingo de Ramos iniciamos la Semana
Santa. En la primera lectura, se nos ofrece el tercer canto del Siervo del
Señor, que se incluye en la segunda parte del libro de Isaías. “El Señor Dios
me asiste, porque no quedo confundido”. Es hermosa esa confesión de confianza
en Dios, precisamente en una situación de acoso y de persecución.
El salmo 21 comienza con unas palabras que Jesús debió de
recitar desde lo alto de la Cruz: “Dios mío, Dios mío por qué me has
abandonado” (Sal 21,2). No es el lamento de un desesperado, puesto que el
salmista confiesa más adelante que Dios ha escuchado su petición de auxilio
(Sal 21,25).
También en el himno del abajamiento del Cristo, que se recuerda
en la segunda lectura, san Pablo nos abre a la perspectiva de una intervención
de Dios que lo exalta y le da un nombre por encima de todo nombre (Flp 2,9).
ABANDONO HUMANO
Es oportuno recoger esas palabras que invitan a la esperanza
en un momento en que la alegría de la bendición y procesión de los ramos parece
oscurecerse cuando llega la hora de leer la pasión de Jesús según san Mateo. En
este texto, podemos subrayar al menos tres escenarios en los que se pone de
manifiesto el abandono humano que ha de sufrir Jesús
• El primero de ellos sería el palacio de los sumos
sacerdotes. Nos duele ver cómo Judas, uno de los discípulos, elegido
personalmente por Jesús, negocia con los sacerdotes el precio que puede cobrar
por entregarles a su Maestro (Mt 26,14-26).
• El segundo escenario es el salón en el que Jesús celebra
la última cena junto con los Doce. Allí anuncia claramente que uno de ellos lo
entregará y, ante la pregunta de Judas, responde que efectivamente él será el
traidor (Mt 26, 25).
• El tercer lugar es Getsemaní. Mientras Jesús hace oración,
lleno de tristeza y angustia, sus discípulos predilectos duermen. Cuando llegan
los esbirros de los sumos sacerdotes y de los ancianos del pueblo, todos los discípulos lo abandonan y huyen (Mt
16,56).
EL ANUNCIO DE LA GRACIA
Pero aun hay más. Es interesante que el texto griego haya
conservado esta frase aramea: “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”, que se traduce como
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Es necesario preguntarnos
cómo entendemos ese lamento del Señor.
• “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Muchos
lectores se identifican con algunos de los presentes en la crucifixión de
Jesús. El sonido de las palabras y el recuerdo de un profeta (Mal 3, 23-24) les
hicieron pensar que suplicaba la asistencia del profeta Elías.
• “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Muchos
olvidan el itinerario que sigue el orante que pronuncia este salmo. La llamada
de auxilio al Señor se trasforma
después en testimonio de su ayuda,
en profesión de confianza y en anuncio de su gracia.
• “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” También
hoy, muchos piensan que Dios los ha abandonado, cuando en realidad están
padeciendo el abandono de quienes debían mostrarles su cercanía y prestarles su
apoyo.
- Señor Jesús, entregado por nosotros y por nuestra
salvación, queremos estar junto a ti en el momento de tu entrega. Enséñanos a ponernos confiadamente en las
manos de Dios y a ayudar a nuestros hermanos a pasar por el valle del
dolor. Amén.
José-Román Flecha Andrés