EL
REDENTOR Y LOS REDIMIDOS
Muchos de nosotros nos preguntamos con
frecuencia si la Semana Santa tiene algún viso de santidad en la vida actual,
no sólo de los cristianos, sino especialmente de los católicos. Algunas
tradiciones, no tan antiguas como parece, pueden hacernos olvidar los misterios
que celebramos en estos días.
Sin embargo, hemos de reconocer que las
representaciones populares y callejeras de la Pasión de Jesús tienen un
indudable efecto pedagógico. Por muy secularizado que se haya vuelto el país
que vive estas celebraciones, muchos ciudadanos conocerán con bastante
exactitud los detales de la pasión y muerte del Señor.
En vísperas del Domingo de Ramos se
multiplica por todas parte el anuncio y la celebración del llamado “Pregón de la Semana Santa”. Hay en
estos discursos mucho de nostalgia del pasado, bastantes recuerdos de la infancia
del pregonero y un tanto de halago a los presentes.
No hay que ignorar la importancia de un
“pregón”. Hay en él mucho de arte y de poesía y, en mucho casos, un buen
porcentaje de fe y de amor a las tradiciones religiosas del pueblo. Y
seguramente así tiene que ser, visto el caleidoscopio a través del cual se
contempla una celebración que une el espectáculo a la celebración de la fe.
De todas formas, a veces se echa de
menos un discurso que sea una sincera meditación sobre los momentos clave de la
pasión y muerte de Jesús. No podemos olvidar que él fue el Justo injustamente
ajusticiado. Pretender ignorar su causa sería una segunda traición a sus gestos
y a su mensaje.
En la Semana Santa vivimos momentos
simbólicos y sacramentales, que reflejan la pasión actual de toda la Iglesia.
Momentos parabólicos, puesto que en ellos se espeja en morado y sangre la
diaria peripecia del hombre machacado y condenado por una incultura de la
indiferencia y el descarte, como repite con frecuencia el papa Francisco.
Es evidente que un buen pregón de la Semana
Santa puede y debe evocar las obras de arte que hemos recibido de los antiguos
o las nuevas creaciones que nos ofrecen los imagineros de hoy. Es de agradecer
esa atención a la belleza. Hay que desenmascarar el tópico que se niega a
admitir que la fe ha sido una fuerza creadora de cultura artística.
Sin embargo, en este nuestro tiempo, el
pregón de Semana Santa habría de evocar y de proclamar, con más fuerza que
nunca, el misterio redentor de nuestro Señor. Cuando en Antioquía de Siria
comenzaron a llamarnos “cristianos”, entendimos que ese era nuestro camino. No
se puede ser cristianos si ese olvida la entrega del Cristo.
Pero el pregón habría de reivindicar hoy
un buen cúmulo de medidas redentoras para las personas marginadas, que todos
los días son clavadas en mil cruces de olvido y de blasfemia, de canallada y de
impiedad. Los hombres redimidos ya por el Señor no pueden ser sometidos a
una nueva e irredenta esclavitud.
José-Román
Flecha Andrés