EL MAL
OLOR DE JUDAS
Gracias a la amable
invitación de la emisora “En Familia Radio 740”, de Phoenix, Arizona, he tenido
la alegría de contemplar directamente las preciosas tablas que Fernando
Gallego, el Maestro Bartolomé y sus colaboradores pintaron para el retablo
mayor de la Catedral de Santa María, de Ciudad Rodrigo.
Como se sabe, por
largos y complejos vericuetos se encuentran en el Museo de Arte de la Universidad
de Tucson. Allí nos impresiona esa tabla que, en una simetría tan poco
habitual, representa la creación del mundo y del tiempo, ante el asombro y el
acompañamiento musical de los ángeles.
Pero en esta
ocasión me he detenido ante la tabla dedicada a la última cena de Jesús con sus
apóstoles. A decir verdad, tanto como la escena, de evidente significado
eucarístico, me ha llamado la atención el comentario que ofrece la cartela
adjunta que trata de explicar la imagen.
En ella se hace
alusión expresa a uno de los apóstoles que se ve en el flanco derecho de la
escena. Es uno de los que no dirigen su mirada hacia Jesús. De hecho, se vuelve
hacia su izquierda para mirar con suspicacia a Judas, que está sentado a su
lado. Lo llamativo es que ese apóstol se tapa ostentosamente la nariz.
El comentario de la
cartela sugiere al espectador que ese gesto se debe al sentimiento antijudío de
la época. Uno está acostumbrado a oír comentarios semejantes que, a tiempo y a
destiempo, tratan de arrojar una sombra sobre la intolerancia, la arrogancia o
la ignorancia de los pueblos hispanos.
En esta ocasión, el
comentario está fuera de lugar. Porque tan judío es Judas como sus compañeros,
incluido el que parece denunciar el mal olor de su vecino. Seguramente el
pintor, tan amigo del realismo popular en todos los personajes, ha tratado de
transmitir a los fieles el mal olor de la avaricia del apóstol traidor.
Es cierto que las
relaciones entre las tres grandes religiones no fueron tan pacíficas y
cordiales como una determinada propaganda nos quiere hacer creer. Basta abrir
el refranero para descubrir la desconfianza que reinaba entre unos y otros.
Creo que el gesto
del apóstol no se debe a un brote de antisemitismo que sube hasta las tablas
del retablo. Como se sabe, las pinturas
murales del románico o las tablas de los retablos góticos o renacentistas y,
más aún las pinturas y esculturas barrocas se consideraban como la “Biblia de
los pobres”.
El retablo de la
catedral de Ciudad Rodrigo ofrecía la base icónica para una verdadera
catequesis que va de la creación del mundo hasta el juicio final, con especial
atención a la vida, muerte y resurrección de Jesús. Las narices pinzadas por
los dedos del apóstol no son un rechazo al mundo judío. Son una catequesis,
todo lo burda que se quiera, sobre el mal olor del pecado. Pero esa lección es
difícil de explicar en la cartela de un museo.
José-Román Flecha
Andrés