martes, 3 de junio de 2014

CADA DÍA SU AFÁN 7.6.2014


                                    RAÍCES Y FRUTOS DE EUROPA

Las recientes elecciones al Parlamento Europeo han significado una enorme sorpresa para muchos. Muchos hablan del desencanto ante la Unión Europea, de la desconfianza popular hacia los políticos, del fin del bipartidismo, del triunfo del antisistema. Seguramente, de todo hay en el fondo de las intenciones de los votantes.
Muy pocos reconocen que, al olvidar sus raíces cristianas, Europa no se encuentra a sí misma. Los padres de la Unión Europea, Schumann, Adenauer y De Gasperi, eran profundamente cristianos. Su fe los llevó a soñar un continente que superara sus conflictos y sus guerras.
Aun siendo menos creyente, Benedetto Croce escribió que “no podemos menos de considerarnos y llamarnos cristianos”. Según él, los mismos ideales de la modernidad hubieran sido impensables fuera de la tradición cristiana. La libertad, la igualdad y la fraternidad no hubieran podido brotar fuera del suelo regado por el cristianismo.
En su exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco ha escrito que “el substrato cristiano de algunos pueblos –sobre todo occidentales- es una realidad viva” (EG 68).
Sin embargo,  esta Europa de raíces cristianas pretende vivir olvidando su pasado. Si muchas de sus instituciones sociales, educativas o sanitarias nacieron del tronco de la fe, habría de tratar de preservar lo mejor que de ese tronco ha recibido.
La legítima laicidad de las instituciones no puede significar el abandono de los valores que nacieron de la matriz religiosa de la cultura europea. o que, al menos, la confesión religiosa ayudó a clarificar y transmitir.
La memoria de sus raíces podría ayudar a Europa a producir frutos de paz y de justicia, de concordia y de progreso. 
En este momento es oportuno recordar la opinión de alguien que ha observado los miedos y prejuicios de Europa sobre el Cristianismo. Según él “una Europa cristiana (…) sería una Europa que, incluso celebrando la herencia noble de la Ilustración humanista, abandonara su cristofobia, y no le causara miedo ni embarazo reconocer el cristianismo como uno de los elementos centrales en el desarrollo de su propia civilización”.
Quien así escribe no es un “integrista católico” sino un intelectual judío. De hecho, Weiler, catedrático de las universidades de Harvard y Nueva York, considera que la ausencia del pensamiento cristiano en el debate sobre Europa nos empobrece a todos.
El mismo Papa Francisco ha escrito también que “la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos” (EG 87).
Europa puede y debe aprender y practicar un mayor respeto a la identidad y la libertad religiosa de las personas y los grupos. Una superación del egoísmo y la corrupción. Un mayor deseo de vivir en la coherencia con la verdad, el bien y la belleza. Cuando lo entienda, Europa habrá superado sus crisis de adolescencia y habrá entrado en una madurez de juicio y de compromisos.  

José-Román Flecha Andrés