EL PODER DE LA FE
“No temas; basta que tengas fe”
(Mc 5,36)
Señor
Jesús, a veces olvidamos que Jairo es presentado en los evangelios como uno de
los jefes de la sinagoga. Por tanto, es considerado como un representante de la
ley y del espíritu de Israel.
Seguramente,
la grave enfermedad de su hija sería interpretada por las primeras comunidades
como un signo de la debilidad de la primera alianza. Era fácil pensar que la
sinagoga no podía garantizar la vida a quien la veía peligrar en una edad de
promesas.
De
todas formas, la figura de Jairo me interpela profundamente. La enfermedad y la
muerte de su hija es la parábola de mi existencia. Como la mayor parte de mis
hermanos, también yo he urdido muchos planes que parecían abiertos a la
esperanza.
Y
también yo he tenido que reconocer con vergüenza la debilidad de mis propias
ideas y la vanidad de mis proyectos.
También
yo he recibido la triste noticia de que mis sueños habían fracasado antes de
poder convertirse en realidades.
También
yo me he visto obligado a soportar el clamor de los que siempre están
dispuestos a llorar a sueldo en una hipócrita lamentación de duelos.
Yo
sé que a muchos de mis amigos y colegas les parece una insensatez tratar de continuar
manteniendo viva la llama de la esperanza.
Sin
embargo, ahí estas tú. Me acoges y escuchas mi ruego. Me comprendes y acompañas
por un camino que a muchos les parece inútil. Me consuelas y alientas mi
esperanza, al tiempo que impones silencio a la triste cantilena de los
lloriqueos orquestados.
Señor
Jesús, no quiero ignorar tu mensaje: “No temas; basta que tengas fe”. En este
momento concreto de mi vida, necesito creer contra toda apariencia. Quiero seguir
esperando contra todo pronóstico. Deseo amar a pesar de tanta indiferencia.
Me
basta la fe. Así podré superar el temor. Ese es el milagro de tu presencia. Y
ese es el mensaje que tú esperas que transmita a mis hermanos. Ayúdame tú,
Señor. Amén.