PALABRAS DE DESPEDIDA
Es interesante releer el resumen de la misión
de los apóstoles Pablo y Bernabé. Dan testimonio de Jesús, animan a los
discípulos y les exhortan a perseverar en la fe. La experiencia sufrida en las tierras de Licaonia les enseña que
“hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios” (Hech 14, 22).
Los
dos apóstoles dejan el altiplano y regresan a las costas del sur. En Atalía se
embarcan y regresan a Antioquía de Siria. Allí los habían elegido los hermanos
para iniciar aquel camino misional. Y allá vuelven para dar cuenta a la
comunidad de lo que Dios ha hecho por medio de ellos.
Explicar
a los hombres las hazañas del Señor es un motivo de alegría, como vemos por el
salmo responsorial (Sal 144). La fe nos dice que hemos sido llamados a formar
el pueblo de Dios y que Dios estará cono nosotros, enjugando nuestras lágrimas
y ofreciéndonos un impensable motivo para la esperanza, como leemos en el
Apocalisis (Ap 21,1-5).
LA
HORA DE LA GLORIA
El
evangelio que se proclama en este quinto domingo de Pascua nos lleva de nuevo
al marco de la última cena de Jesús con sus discípulos (Jn 13,31-35). El texto
subraya que después que Judas ha salido ya del Cenáculo, Jesús toma la palabra
para hablar de sí mismo y de la gloria que le espera.
•
Allá en Caná de Galilea, Jesús había dicho a su Madre que no había llegado su
hora. Sin embargo, su presencia cambiaba ya el agua de las purificaciones antiguas
en el vino bueno de la alianza nueva. Aquel signo manifestó ya su gloria a los
discípulos que lo acompañaban en aquella fiesta de bodas (Jn 2,11).
•
Tras la entrada de Jesús en Jerusalén, unos peregrinos griegos piden a los
discípulos Felipe y Andrés que les faciliten un encuentro con el Maestro. Esa
es la señal para que Él proclame
que se acerca el momento que siempre ha esperado. Dios le va a mostrar su gloria (Jn 12,23).
Pero ese momento estará marcado por el signo de la pasión y de la muerte.
• Ahora, en la intimidad de la cena pascual,
Jesús manifiesta a sus discípulos que el tiempo se ha cumplido: “Ahora es
glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él” (Jn 13,31).
Evidentemente, no llega la gloria que se espera de los triunfos sociales. La
gloria del Hijo coincide con la aceptación de la voluntad del Padre.
LA SEÑAL DEL
AMOR
Jesús es consciente de que le queda poco tiempo
para estar con los suyos. Así que, además de hablar de sí mismo y de la gloria
que le espera, el Maestro expone el contenido del testamento que deja a sus discípulos.
•
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”
(Jn 13,34). Amar a los demás como uno desea ser amado era el precepto contenido
en el libro del Levítico (Lev 19,34). Era una regla razonable y bien conocida.
Pero ahora Jesús se atribuía a sí mismo el modelo de ese amor. Amar como él
amaba. Ese era el contenido de su testamento. Esa era la señal de la novedad
del Mesías.
•
“La señal por la que conocerán que sois
discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13,35). Evidentemente,
Jesús no quería reducir el amor tan solo a un sentimiento. Había de ser una
señal pública. El amor de cada uno a los demás se abría al espacio de la
sociedad. Y remitía a la persona de Jesús. El amor cristiano era, pues, un
símbolo de reconocimiento de los miembros de la comundad. Y un testimonio de
fidelidad al Maestro.
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Señor Jesús, queremos encontrarnos en el
círculo de los discípulos a los que abres el fondo de tu corazón. Deseamos
comprender el sentido de la gloria que el Padre te concede. Y te rogamos que
nos enseñes a amar con ese amor total y definitivo que te llevó hasta la muerte. Bendito seas, Señor. Amén.