domingo, 19 de mayo de 2019

CADA DÍA SU AFÁN - 18 de mayo de 2019


                                                   
FAMILIA Y AMOR

 En su carta a las familias, publicada con motivo del Año Internacional de la Familia, el papa san Juan Pablo II escribía que “el amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino solo regalar libre y recíprocamente”.
Por su misma naturaleza, la entrega de la persona ha de ser duradera e irrevocable. La indisolubilidad del matrimonio deriva primariamente de la esencia de esa entrega: entrega de la persona a la persona. En este entregarse recíproco se manifiesta el carácter esponsal del amor. 
Aun manifestando comprensión materna por las situaciones de crisis en que se hallan las familias y por la fragilidad moral de cada ser humano, la Iglesia sabe que debe permanecer   fiel a la verdad sobre el amor humano. De otro modo, se traicionaría a sí misma. 
Tras referirse a la cuestión de la paternidad y de la maternidad responsables, y siguiendo al papa Pablo VI, escribe Juan Pablo II que la familia es el centro y el corazón de “la civilización del amor”.
Esta época parece resumir sus dramas en la crisis de la verdad. Por eso, es necesario redescubrir el verdadero significado de los términos «amor», «libertad», «entrega sincera» e incluso «persona» y «derechos de la persona».    
Lo que es contrario a la civilización del amor es contrario a toda la verdad sobre el hombre y es una amenaza para él. No le permite encontrarse a sí mismo ni sentirse seguro como esposo, como padre, como hijo. El peligro es la pérdida de la verdad sobre la familia, el riesgo de la pérdida de la libertad y, por consiguiente, la pérdida del amor mismo. 
Ahora bien, la familia es importante para la civilización del amor por la particular cercanía e intensidad de los vínculos que se instauran en ella entre las personas y las generaciones. 
El amor es verdadero cuando crea el bien de las personas y de las comunidades, lo crea y lo da a los demás. Solo quien sabe ser exigente consigo mismo, puede “exigir” humildemente el amor de los demás. El amor es siempre exigente, porque en él está el fundamento último de la familia; un fundamento que es capaz de «soportarlo todo». 
No es fácil mantener la vista en ese ideal. Es evidente que la sociedad humana vive en un contexto de lucha entre la civilización del amor y sus antítesis. Por eso la familia ha de buscar su fundamento en una justa visión del hombre y de lo que determina la plena realización de su humanidad. 
Así pues, a través de la familia pasa la corriente principal de la civilización del amor. En ella encuentra sus bases sociales. Y en ella produce sus frutos primeros y más estables.
                                                                 José-Román Flecha Andrés