martes, 21 de noviembre de 2017

CADA DÍA SU AFÁN 25 de noviembre de 2017

DE LA FE A LA ECOLOGÍA

Es evidente que a todos los seres humanos corresponde la responsabilidad de cuidar esta tierra. Ahora bien, los cristianos estamos convencidos de que no podemos eximirnos de ese honroso deber. Creer en Dios nos exige colaborar con el proyecto de Dios sobre el mundo.
De sobra sabemos que nuestro aprecio por la fe, la esperanza y el amor ha de impregnar la reflexión ecológica y la práctica de un mayor respeto hacia el mundo creado por Dios, percibido por el creyente en términos de gratuidad y de ofrenda.
A esa renovación de actitudes nos sentimos llamados e impulsados en virtud de nuestra fe en la Trinidad de Dios. Creer en Dios significa preguntarnos cómo actúa esa creencia, también en cuanto al uso de las cosas creadas, como explícitamente afirma el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 226).
 • Creer en un Dios Creador, significa proclamar la bondad del mismo creador y la grandeza de su criatura. Y, al mismo tiempo, significa aceptar el honor y el deber de la colaboración en la tarea de una creación que continúa. La cuestión ecológica vuelve a replantear el sentido de la creación y del mundo creado.
Pero vuelve a plantear con igual fuerza la pregunta por la dignidad, la majestad y la finalidad del ser humano con relación a las obras de sus manos y al mundo en el que y del que vive.  Según escribió Juan Pablo II, "los que creen en Dios Creador y, por tanto, están convencidos de que en el mundo existe un orden bien definido y orientado a un fin, deben sentirse llamados a interesarse por este problema".
• Creer en un Dios Redentor significa confesar que en Jesucristo la naturaleza y la historia han sido exaltadas a su dignidad más alta. Eso significa proclamar desde la fe que en Cristo comienza una nueva creación (GS 39).
Una reflexión cristiana sobre la tarea ecológica no puede olvidar el misterio de la encarnación del Verbo en la naturaleza humana. Pero tampoco puede ignorar el misterio de la resurrección de Cristo, primicia y anticipo de la renovación de todo lo creado. A la luz de la Pascua, habrá que repensar la dialéctica entre "la resistencia y la sumisión" del ser humano.
También la relación del hombre con su mundo es un misterio de obediencia y de imposición. Ahí se plantea la necesidad de ver a la "persona" en términos de relación y responsabilidad dialogal. 
• Y creer en un Dios, al que confesamos como Espíritu de Amor, supone descubrir cada día el valor de epifanía y de promesa que encierra el mundo creado, como anticipo de la paz y de la gloria que esperamos.
Creer significa aceptar el misterio de la cruz. Y confesar que hemos sido redimidos por la muerte de Jesús en la cruz implica, entre otras cosas, comprender al ser humano no tanto desde el progreso ilimitado cuanto desde la perspectiva de la renuncia y la abnegación.
                                                                José-Román Flecha Andrés