DIA DE CARIDAD
La fiesta del Corpus Christi
nos lleva a reflexionar sobre la misión de Jesús, que se inmola por los
hombres. Su Cuerpo y su Sangre son memoria de su entrega histórica, signo de su
presencia actual entre nosotros y promesa de la unión eterna a la que nos
invita.
Además, la celebración de la
Eucaristía del Señor nos recuerda que los que nos alimentamos de un mismo pan
estamos llamados a vivir unidos en la memoria del pasado, en la fraternidad del
presente y en la esperanza del futuro.
En la fiesta del Corpus,
evocamos el famoso himno del congreso eucarístico de Madrid que pervive en
todos los países de lengua española.
“Cantemos al Amor de los amores”. Con él proclamamos que “Dios está
aquí” e invitamos a los cielos y la tierra a bendecir al Señor.
Pero sabemos que el Amor de
los amores ha de verse reflejado en el amor diario con el que acogemos o
debemos acoger a los pobres y desvalidos, a los marginados por nuestra
sociedad, a todos los que pueden sufrir el “descarte” que denuncia el papa
Francisco.
Es verdad que pobres siempre
los ha habido y que “siempre los tendremos con nosotros”. Pero hay especiales
momentos de crisis en los que se hace aún más evidente esa brecha que separa a
los que viven bien y a los que malviven.
Hace cincuenta años, en su
encíclica Populorum progressio, el papa beato Pablo VI nos decía que el
progreso no seria verdadero mientras no fuese un progreso integral “para todo
el hombre y para todos los hombres”.
En el día del Corpus
recordamos que ante la multitud hambrienta, Jesús dirigió unas palabras
inolvidables a sus discípulos: “Dadles vosotros de comer”. Esa voz no puede
quedar relegada al pasado.
Según el papa Francisco, esa
insinuación “implica tanto la cooperación para resolver las causas
estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los
pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad antes las
miserias muy concretas que encontramos” (Evangelii
gaudium 188).
La tarea de Cáritas y de otras
instituciones de la Iglesia Católica trata precisamente de promover la
solidaridad humana y la caridad cristiana. Siempre con la conciencia de esa
doble responsabilidad de eliminar las causas de la pobreza y atender a los que
la padecen cada día.
Según el mismo papa Francisco
“es indispensable prestar atención para estar cerca de las nuevas formas de
pobreza y fragilidad, donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente,
aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos” (EG
210).
La fiesta del Cuerpo y la
Sangre de Cristo nos invita a los que tratamos de seguir sus pasos a volver la
mirada a ese otro cuerpo social de Cristo. El cuerpo de los pobres y marginados, con los que él se ha
identificado. Es el día de hacer afectivo y efectivo el ejercicio de la
caridad.
José-Román Flecha Andrés