1. La celebración de la
Pasión del Señor incluye hoy el cuarto de los cánticos del Siervo de Dios, que
se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías (Is 52,13 - 53,12). El
profeta, elegido por Dios y enviado a proclamar la paz y la justicia, se nos
presenta hoy como un “hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el
cual se ocultan los rostros”.
Él es el justo injustamente
condenado: “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como
un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no
abría la boca”.
La lectura de este poema,
precisamente en la tarde del viernes santo, prepara nuestro espíritu para la
meditación de la pasión y muerte de Jesús, que hoy se proclama siguiendo el
texto del evangelio de Juan.
2. En el Señor crucificado
se nos revela la plenitud del amor de Dios. Según ha escrito Benedicto XVI, la
cruz de Cristo es la nueva zarza ardiente, en la que se nos muestra el amor
liberador de Dios.
Como dice el libro de los Números, los hebreos encontraron
curación de las mordeduras de las víboras al volver sus ojos a la serpiente de
bronce que Moisés levantó sobre un mástil en medio del desierto (Núm 21, 4-9).
Del mismo modo, los seguidores de Jesús levantamos nuestra mirada hacia él, que
pende de un madero por nuestra salvación (cf. Jn 3, 14s; 19,37).
Bien sabía Pablo de Tarso
que el crucificado era escándalo para los judíos y necedad para los griegos.
Pero él podía confesar que para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo crucificado es fuerza y sabiduría de
Dios (1 Cor 1,23-24).
3. En este día damos gracias
a Jesús por haberse humillado y hecho obediente hasta la muerte y una muerte de
cruz (Flp 2, 8).
Dirigimos, además, una
mirada compasiva a este mundo que pretende retirar la imagen del Crucificado,
como si de ella viniera una maldición y no una bendición.
Ante la cruz de Jesús
recordamos también a tantos hermanos nuestros que se ven obligados a cargar con
las cruces más pesadas y son condenados a muerte.
Y, junto a toda la Iglesia,
repetimos con serena confianza en su resurrección la oración con la que esta
tarde concluye la celebración de la pasión del Señor:
“Dios todopoderoso,
rico en misericordia, que nos has renovado con la gloriosa muerte y
resurrección de Jesucristo, no dejes de tu mano la obra que has comenzado en
nosotros, para que nuestra vida, por la comunión en este misterio, se entregue
con verdad a tu servicio. Por Jesucristo nuestro Señor. Amen”.
José-Román Flecha Andrés