1. En el silencio del sábado
santo acompañamos a María en su soledad y meditamos el descenso de Cristo a la
morada de los muertos. Jesús ha asumido nuestra condición humana y ha aceptado
el misterio de la muerte. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
él solo; pero si muere da mucho fruto“ (Jn 12,24).
Pero al atardecer del sábado
entraremos en el templo a la luz de nuestras velas que reciben su luz del cirio
de la pascua. En ese cirio vemos esta noche la imagen de Cristo que ilumina las
tinieblas del mundo y las que a veces se apoderan de nuestro corazón. El
solemne pregón pascual canta la grandeza de esta noche en la que la oscuridad
es vencida por la luz y el pecado es vencido por la gracia.
La palabra de la Sagrada
Escritura nos invita a recorrer la historia de la Salvación. La creación del
mundo y la creación del hombre marcan el inicio de la intervención de Dios en
la historia humana. Esa historia pasa por la liberación de Israel y por el
anuncio profético de un corazón nuevo.
2. El relato evangélico que
es proclamado en esta noche santa nos invita a acompañar a dos mujeres que se
dirigen al sepulcro de Jesús (Mt 28, 1-10). No encuentran su cuerpo. Un ángel
les desvela el misterio de esa ausencia. Jesús ha resucitado como lo había
dicho.
La constatación del hecho de
la resurrección se convierte en noticia que ellas han de trasmitir a todos los
seguidores de Jesús. El evangelio de Mateo que se proclama este año, deja
constancia de que Jesús les sale al encuentro para invitarlas a la alegría y a
la superación del miedo. “No tengáis miedo; id a comunicar a mis hermanos que
vayan a Galilea; allí me verán”. Con esa nueva fortaleza han de anunciar el
mensaje que les ha sido encomendado.
3. Todo nos hace pensar que
esta palabra se proclama para nosotros. También nosotros hemos recibido la
revelación de la resurrección de Jesús. Nosotros participamos de la alegría
pascual. Nosotros hemos de anunciar esta buena noticia a todos nuestros
hermanos.
Alborea el primer día de una
nueva semana que no tendrá fin. Con toda la Iglesia pedimos el don de una nueva
vida: “Oh Dios, que iluminas esta noche santa con la gloria de la resurrección
del Señor, aviva en tu Iglesia el espíritu filial, para que renovados en cuerpo
y alma, nos entreguemos plenamente a tu servicio. Por Cristo nuestro Señor”.
El Señor resucitado nos ha
llamado para ser testigos de su vida y anunciadores de la gran esperanza. Él
nos acompaña por el camino. Amén. Aleluya.
José-Román Flecha Andrés